lunes, 28 de marzo de 2011

En todos estos días no he conseguido encontrar las palabras que puedan expresar el sentimiento que se ha apoderado de mi persona desde ese maldito día. Y es que no las hay. No existen. No vienen escritas en el diccionario. Es como un vacío, como un gran hueco en el corazón, y que duele.

Podría decir que es rabia, dolor, tristeza, añoranza, pero es mucho más que todo eso. Es odio hacia este mundo de mierda, en el que a veces desearía tanto no estar. Es la impotencia de no poder tenerle delante y decirle que para mi era la mejor persona del mundo, darle las gracias por ser esa persona que a veces me faltó, gritarle, gritarle y reprocharle porqué hizo que esto pasara, si tanto me quería. Es el dolor de ver el infierno en el que se ha convertido la vida de esta gran "familia", y saber que a partir de ahora, nada volverá a ser igual.

Y esta es la realidad que nos ha tocado vivir. Es saber que por más que duela, por más que llores, por más que recuerdes, el ya no volverá a entrar por esta puerta, no volverá a sentarse en esa silla, ya no será el primero en felicitarme el día de mi cumpleaños, ni volverá a reñirme por viajar en vacaciones.

Pero yo prefiero pensar que está aquí, entre nosotros, cuidándonos, como nunca ha dejado de hacer, y que me escucha cada noche cuando le digo que le quiero.

Prometo hacer todas esas cosas que el me pidió, y lo haré porque el más que nadie se lo merece.

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